jueves, 5 de enero de 2012

PALABRAS QUE CURAN


       ¡Hola! 

        Me llamo Marisa y soy la mamá de un pequeño Duende llamado Daniel. 

        El año pasado leí un libro estupendo titulado “Padres brillantes, maestros fascinantes”. En uno de sus capítulos, dice que los padres brillantes son fuertes en sus convicciones, pero flexibles para admitir sus fragilidades. Dice también que “dialogar” con nuestros hijos es contar experiencias, es hablar de lo que está oculto en el corazón… Anima a los padres a tener el valor de dialogar con sus hijos sobre sus miedos, pérdidas, frustraciones… 

        La historia que sigue cuenta uno de esos momentos. Se trata de la conversación que mantuve con Daniel acerca de una “gran desilusión” de mi infancia.

          - ¿Sabes, Daniel? De pequeña, yo quería ser bailarina. Cuando alguien me preguntaba “¿Tu qué quieres ser de mayor?, yo respondía siempre ¡Yo quiero ser bailarina!

      Un día – yo debía tener unos 8 años – la tía Carmen, – la hermana mayor del yayo Pepe – me hizo la famosa pregunta: “Y tu ¿qué quieres ser de mayor?”. Yo le respondí con una amplia sonrisa: “¡Yo quiero ser bailarina!”. Mi tía giró la cabeza para ocuparse de lo que estaba haciendo y me dijo, con una voz, que a mí me pareció muy fría: “¿Una bailarina con gafas?”

     Me quedé paralizada. Me imaginé a mí misma con un precioso traje blanco de bailarina… y con mis gruesas gafas de miope. Me sentí fatal… Mi tía tenía razón. ¡Aquello no era posible!. La pregunta de mi tía se quedó en el aire, pero en mi interior yo ya la había contestado. Ese día abandoné para siempre mi sueño de ser bailarina.

      Aquel día dejé de creer en mi sueño. Ahora soy profesora, y me encanta mi trabajo, ¡de veras que me encanta! Pero ¿sabes qué, Daniel? Cuando pienso en aquella conversación aún me pongo triste y se me encoge un poquito el corazón.

       Mi hijo Daniel me había escuchado sin pestañear. Tras un breve silencio me miró y me dijo: 
        -  Mami, ¡menos mal que no te hiciste bailarina! 
        - ¿Por qué, hijo? –le respondí-. 
         - Porque ¡a las bailarinas les sangran los pies!
     (Una amiga nuestra, profesora de baile, nos contó una vez que las bailarinas de ballet clásico debían hacer mucho esfuerzo para ponerse de puntillas, y eso les ocasiona a veces en los pies heridas que sangran. A mi hijo y a mí nos impresionó mucho saberlo) 
        -  ¡Es verdad, hijo! – le respondí, sorprendida- ¡Nunca lo había pensado!

      Mi hijo me estaba diciendo que mirara las cosas de forma positiva ¡De buena me había librado! Me estaba diciendo, a su manera, que toda había sido para bien. Me encantó oírlo. Aún estaba yo meditando sobre sus palabras cuando escuché de nuevo su voz cálida y alegre:  
      -Pero ¿sabes qué, mamá? –sus ojos se iluminaron- ¡A MI ME ENCANTAN LAS BAILARINAS CON GAFAS!

Me emocioné… de pura y simple felicidad. Lo abracé, le di un millón de besos… Sólo podía decirle “¡Gracias, gracias, gracias…”! 

Allí estaba mi hijo de 6 años, poniendo su mejor voluntad y esfuerzo en curar el corazón herido de su mamá, que al recordar el pasado, se había vuelto niña. Allí estaba él, pequeño pero muy sabio, eligiendo las palabras perfectas para consolar y animar a su madre.

Sus palabras me curaron el corazón aquel día y lo inundaron de ALEGRÍA y de CONFIANZA.

Alguien dijo una vez que los niños eran nuestros maestros. Tenía razón.


Este artículo, que nace directamente desde el corazón inaugura este blog del AMPA. ¿Por qué? Pues porque queremos que sea precisamente eso, un ESPACIO CON CORAZÓN. Os animamos a que escribáis vuestros comentarios, a que expreséis vuestras dudas, vuestras ideas y vuestros sueños.

Ojalá este espacio nos ayude a crecer, a mejorar, a construir… a sentirnos parte de este hermoso proyecto que es Escuela 2. A todos ¡BIENVENIDOS! Y MIL GRACIAS POR ESTAR AHÍ.



3 comentarios:

  1. El relato es enternecedor y muy emotivo, además de estar muy bien escrito. Gracias por compartirlo con todos nosotros. Es una lección de vida que ayuda a la reflexión. Sin duda.

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  2. Me ha encantado tu relato. Me han salido algunas lagrimillas.
    Sí, los niños son nuestros maestros. Tenemos que educarles pero escucharles y aprender de ellos; así aprenderemos mejor lo que queremos enseñarles. ¡que distinto el mundo de los niños y los adultos!
    Una vez alguien me dijo que estaba bien pensar como niño, pero con la sensatez del adulto y con “los pies en la tierra”. Después de reflexionarlo mucho, creo que mejor pongo los pies en la luna y me quedo aprendiendo solo de los niños y de los pocos adultos que son como ellos.

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